Las relaciones humanas comienzan con un encuentro, una interpelación o un contacto entre dos personas. La frecuente repetición de este gesto puede derivar en un compañerismo o en una amistad donde cada sujeto pone en juego todo cuanto es. Y decimos que es una amistad verdadera cuando hay en común muchos aspectos de la vida, no solo materiales, sino sobre todo un respeto acogedor de la realidad del otro en mi vida que llega a implicarme de forma simbiótica, o más bien compasiva.
Una relación de amistad muy especial tuvo su inicio en el otoño del año 2011 cuando un grupo de personas de la Parroquia de la Anunciación de Santander promovió el “proyecto ADORAR” todos los jueves del año por la noche. La hora de la cita estaba puesta, y Aquel con quien habíamos quedado nunca faltó a al encuentro. En ella se mostró de lo más comprensivo con nuestras dificultades, acogiendo nuestras luchas y desesperanzas, y en especial, se manifestó como un compañero y amigo que caminaba junto a nosotros. El encuentro que entablaron muchos con Él en esa iglesia a lo largo de estos años no ha dejado indiferente a nadie. Al contrario, ha supuesto el nacimiento de una verdadera amistad con el Señor, fomentando el íntimo encuentro en la Eucaristía y la entrega generosa de la totalidad de la vida al proyecto evangélico, cada uno desde la llamada que el Señor le hace. A mí, me volvió a “invitar a su mesa”.
ADORAR me pilló en Santander mientras estudiaba la carrera de Historia y supuso un respiro en medio de la vida universitaria. Es cierto que desde niño en Reinosa (Cantabria), mi ciudad de origen, me gustaba frecuentar el encuentro con Jesús en la exposición eucarística, pero fue en Santander cuando más sentí su necesidad en mi vida. Y esto fue así porque la fuerza que recibía cada jueves arrodillado en ADORAR me daba la valentía necesaria para andar “a contracorriente” el resto de la semana (o al menos así lo he intentado). Porque no nos engañemos, los cristianos de hoy y siempre que se han creído de verdad la palabra de Jesús han tenido que andar “a contracorriente” del resto de la sociedad, enseñando con su vida a cada criatura la ley de amor que Dios nos regala.
Lo grande de este proyecto es que muchas personas de diferentes orígenes nos hicimos presentes para colaborar en lo poquito que pudiéramos, bien con el canto o la ayuda litúrgica, con las lecturas o la acogida en la calle, con la preparación de materiales o con la simple presencia cada jueves. Desde niños, adolescentes, jóvenes y mayores, a consagrados, matrimonios, laicos y sacerdotes fuimos uniendo esfuerzos, y el “proyecto ADORAR” tomó un carácter de estabilidad y continuidad. Todo ello ha sido posible, y sigue siéndolo, por el carácter especial de comunión que ha de primar en un grupo cristiano que “echa a andar”. Es posible que si cada uno hubiera antepuesto sus intereses o propia voluntad, gustos y deseos, ADORAR no sería lo que es. Es la expresión de la Carta a los Romanos, siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo, siendo los unos para los otros (12,5). La continuidad de este proyecto sabemos que está en las manos de Dios y se manifiesta en la comunión y el mismo sentir de los que participan en la adoración cada jueves. Cuando se dice que por sus frutos los conoceréis (Mt 7,16) sabemos que el resultado que da una adoración auténtica y humilde es la vida en comunión con nuestros hermanos. Por ello, adoración y comunión, respectivamente unión “vertical” a Dios y “horizontal” con nuestros hermanos, van juntas en la nueva evangelización que nos pide hoy la Iglesia. Una fe auténtica que sea testigo de comunión para ser foco de amor en medio de nuestra sociedad que pueda llegar a exclamar: “¡Mirad cómo se aman!”.
Cuando inicias una relación de amistad con Jesús vas descubriendo poco a poco como te va pidiendo una entrega mayor a su voluntad, una reconfiguración de toda tu vida y ser para ir asimilándote a su querer. Personalmente, el Señor ha ido orientando mi vida hacia Él, buscando una entrega al servicio de su Iglesia desde una consagración especial al Carmelo Descalzo. De esta gran familia he aprendido la íntima unión que existe entre la oración y el servicio fraterno, entre la humildad y el dejar que Dios ocupe por completo nuestro corazón. Santa Teresa de Jesús, de la que ahora recordamos los 5oo años de su nacimiento, describe la experiencia de la adoración eucarística o del reconocimiento de la majestad de Dios como una incontenible voluntad de rendir ante Él la propia existencia y devolverle todo el propio ser, como gesto absoluto de adoración. En su libro Vida comenta con gracia sobre esto: “Porque ¿qué hace, Señor mío, quien no se deshace toda por Vos? Y ¡qué de ello, qué de ello, qué de ello –y otras mil veces lo puedo decir- me falta para esto!” (39,9). Santa Teresa nos enseña con su vida que la suprema forma de adoración del místico (del que quiere unirse a Dios) acá en la tierra es aniquilar nuestra voluntad, “ser nada” para que Él sea “el todo”, es decir, vivir en comunión.
Debemos dar gracias por el “proyecto ADORAR”, ya que en muchas personas ha dado frutos desbordantes de Gracia, y en otros ha sido un primer encuentro o anuncio del mensaje transformador de Cristo. Ojala caminemos juntos hacia la configuración de nuestra voluntad con los deseos de Dios, que siempre busca nuestra felicidad. Y así, como santa Teresa cantar en su poema “Vuestra soy, para Vos nací”:
“Veis aquí mi corazón,
Yo lo pongo en vuestra palma,
mi cuerpo, mi vida, mi alma,
mis entrañas y afición…
Dadme muerte, dadme vida…
Que a todo digo que sí”.
Miguel Rodríguez Fernández,
postulante Carmelita Descalzo en Granada (España).