Queridos diocesanos:
El Jubileo de la Misericordia es una ocasión privilegiada para volver a proponer la belleza y la eficacia del sacramento de la Penitencia, que nos permite experimentar el gozo del amor misericordioso del Padre. El Papa Francisco quiere que esta Cuaresma, el pueblo de Dios valore de forma especial el sacramento de la Reconciliación. Es un camino maravilloso para experimentar en nuestra propia vida la grandeza de la misericordia que Dios nos regala. Quien recibe verdaderamente arrepentido el perdón de sus pecados por medio del sacerdote sabe dónde está la fuente de la paz interior y de la auténtica alegría
Una prioridad pastoral
San Juan Pablo II señaló como una de las prioridades pastorales al comienzo del nuevo milenio, el sacramento de la Reconciliación: “Deseo pedir, además, una renovada valentía pastoral para que la pedagogía de la comunidad cristiana sepa proponer de manera convincente y eficaz la práctica del sacramento de la Reconciliación […] ¡No podemos rendirnos, queridos hermanos sacerdotes, ante las crisis contemporáneas! Los dones del Señor – y los sacramentos son de los más preciosos – vienen de Aquel que conoce bien el corazón del hombre y es el Señor de la historia” (Juan Pablo II, NMI, 37).
La misericordia está en el corazón del Evangelio y, por tanto, de la misión de la Iglesia. Vivir el sacramento de la Penitencia en toda su verdad es sin duda alguna un camino que conduce a la renovación y revitalización de nuestras comunidades cristianas. Por eso os propongo la celebración del sacramento de la Penitencia como uno de los mejores frutos del Año Santo de la Misericordia, que estamos celebrando. La confesión de los pecados en el sacramento de la reconciliación, nos ayuda a tomar conciencia de que la gracia recibida sacramentalmente es un don que trasforma el corazón al recibir el perdón de los pecados. Es verdad que en nuestra cultura la experiencia del perdón se va desvaneciendo. Esta dificultad se va adueñando también de nosotros y en ocasiones nos aleja de sentir que necesitamos ser perdonados y nos cuesta pedir perdón. Pero “Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia. Aquel que nos invitó a perdonar «setenta veces siete» (Mt 18,22) nos da ejemplo: Él perdona siempre que no se rechaza su perdón y nos vuelve a cargar sobre sus hombros. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable de Dios. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría” (Cf. EG 3). Dios espera y acoge nuestros pequeños pasos cuando decidimos volver a Él. Es verdad que recibir la absolución sacramental no nos hace “impecables”, pero refuerza nuestro deseo de corresponder al amor gratuito de Dios.
¿Por qué acercarnos a un sacerdote para celebrar el sacramento del perdón? ¿No basta reconocer nuestros pecados? Responde el papa Francisco: “El perdón de nuestros pecados no es algo que podemos darnos nosotros mismos: yo no puedo decir: “Yo me perdono los pecados”; el perdón se pide, se pide a otro, y en la Confesión pedimos perdón a Jesús. El perdón no es fruto de nuestros esfuerzos, sino es un regalo, es don del Espíritu Santo, que nos colma de la abundancia de la misericordia y la gracia que brota incesantemente del corazón abierto del Cristo crucificado y resucitado” (Audiencia General 19-2-2014). Recibir el perdón de Dios, va más allá de mi propia persona. Cuando renovamos nuestra vida por la fuerza de la misericordia de Dios en la confesión, tenemos la oportunidad de compartir con los demás lo que hemos recibido del Señor. Si acojo de corazón el perdón de Dios y su misericordia, estaré deseoso de compartir con mi prójimo lo que a mí se me ha regalado. El don de la misericordia recibida nos ayuda a convertirnos en “misericordiosos como el Padre”. Cuando experimento de verdad el perdón de Dios, siento la necesidad de revisar mis relaciones con los demás, para ofrecer y recibir el perdón de mis hermanos. Me introduzco en un proceso de renovación interior, que afecta a mis relaciones personales y al modo de ver mi existencia y la realidad que me circunda, me ayuda a salir de mí mismo y a desarrollar una especial sensibilidad hacia los sufrimientos de los demás poniéndome a su servicio, especialmente de los más necesitados.
Los ministros de la misericordia de Dios
El Papa también nos pide a los sacerdotes vivir con especial sensibilidad y responsabilidad este ministerio: “Los confesores están llamados a abrazar ese hijo arrepentido que vuelve a casa y a manifestar la alegría por haberlo encontrado. (…) No harán preguntas impertinentes, sino como el padre de la parábola interrumpirán el discurso preparado por el hijo pródigo, porque serán capaces de percibir en el corazón de cada penitente la invocación de ayuda y la súplica de perdón. En fin, los confesores están llamados a ser siempre, en todas partes, en cada situación y a pesar de todo, el signo del primado de la misericordia” (MV 17).
Una verdadera renovación de la pastoral de la Penitencia exige respetar la doctrina y la disciplina penitencial de la Iglesia prescrita en el nuevo Ritual de la Penitencia. El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda también la doctrina y las normas de la Iglesia (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1480-1484). La observancia fiel de las normas de la Iglesia es signo de comunión eclesial.
Penitentes arrepentidos
Es hermoso poder confesar nuestros pecados, y sentir como un bálsamo la palabra de misericordia que nos vuelve a poner en camino. Sólo quien ha sentido la ternura del Padre misericordioso para con el hijo pródigo – “se le echó al cuello y lo cubrió de besos” – puede transmitir a los demás el mismo calor y convertirse en testigo de la misericordia del Padre.
El papa Francisco nos ha predicado con su gesto de confesarse en la Basílica de San Pedro. Así nos ha invitado a la práctica del sacramento de la Confesión. El mismo Papa Francisco ha acuñado esa frase tan consoladora: “El Señor no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón”.
El Miércoles de Ceniza, al comenzar la Cuaresma, escuchábamos esta invitación de San Pablo: “En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios” (2 Cor 5, 20). En este Año Santo de la Misericordia, debemos acercarnos con fe y devoción al sacramento de la Penitencia para experimentar la gracia del perdón y el don de la misericordia, y celebrar así dignamente la Pascua.
Con mi afecto y bendición