Texto para la oración
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: ‘El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él. El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió. Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho. La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: Me voy y vuelvo a vuestro lado. Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo”.
(Juan 14, 23-29)
Comentario al texto
La Pascua va orientando sus lecturas hacia la venida del Espíritu Santo que el Padre enviará. Ese Espíritu Santo que los discípulos sentían caminando con ellos, como lo expresan, con sencillez, en la primera lectura de los Hechos: El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido.
El texto, como el del domingo anterior, está tomado del discurso de despedida, pero el evangelista escribe ya desde la perspectiva que le proporcionan la resurrección y la vida de su comunidad. Por eso está claramente descrito que lo que va a acontecer, aparentemente una pérdida, es precisamente lo contrario, porque en la muerte, Jesús, va a manifestar plenamente la verdad más honda de sí: el amor, la entrega total de sí mismo. Así leemos en el texto: el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo. Y así lo han experimentado y así se ha traducido en ellos en experiencia de paz, de valentía, de amor.
Oración con el texto
Siento que estoy en presencia de Jesús, Jesús resucitado que nos ha prometido una nueva forma de presencia. Jesús ha sido la revelación y presencia definitiva de Dios en el mundo.
Ante esa presencia me pongo en actitud de adorar, este misterio de Dios que en esta lectura se nos da a conocer en esa triple dimensión de Padre, Hijo y Espíritu.
Esta palabra, hoy, me habla de que ese Dios hará morada en nosotros, hará morada en mí, me habitará. Dios más íntimo a mí que mí mismo, dice San Agustín.
Adoro esta presencia interior en mí y en cada una de las personas con las que comparto mi vida.
Vuelvo sobre la palabra, saboreándola, gustándola: ‘El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él…’
Pido, a este Dios que me habita, que resplandezca en mí la presencia de su Espíritu. Que la iglesia camine al aire de ese Espíritu. Que el Espíritu, con su presencia nos ilumine la Escritura, nos haga entendible la Palabra de Dios, que fortalezca nuestros corazones en el amor y que nos conceda la paz. Y que cada uno de nosotros seamos testigos de esta presencia.
En el año de la misericordia
Desde el corazón de la Trinidad, desde la intimidad más profunda del misterio de Dios, brota y corre sin parar el gran río de la misericordia. Esta fuente nunca podrá agotarse, sin importar cuántos sean los que a ella se acerquen. Cada vez que alguien tenga necesidad podrá venir a ella, porque la misericordia de Dios no tiene fin. Tan insondable es la profundidad del misterio que encierra, tan inagotable la riqueza que de ella proviene. (Papa Francisco. MV 25)